Palito & Rooh
|
Así no hay talco que alcance: de la mano de un Verón inspirado, Estudiantes bailó a Boca y lo hundió más. ¿Y ahora? ¿Cambian de ropa o cambian en serio?

La diferencia nunca la hace un solo jugador. Ni siquiera el Messi del Barcelona (no el que sufre autismo futbolístico cuando se pone la celeste y blanca). Sin embargo, hay jugadores que son líderes, que trazan los rumbos, que iluminan las sombras. Juan Sebastián Verón es uno de ellos. Pedro Pompilio lo había advertido tiempo antes de irse de gira y la misma Bruja, único protagonista vivo de aquella charla, reconoció que el entonces presidente de Boca lo había tentado, ya con Riquelme dentro del plantel.
¿Qué hacen esos jugadores de especial? Manejan partidos. Los duermen o apuran el reloj, según sea necesario. Trazan estrategias. Juegan. Meten. Gritan. Contagian. Influyen sobre compañeros, rivales, árbitros y tribunas. Y están por encima de todos.
Como primera medida, entonces, habrá que decir que Estudiantes tuvo a Verón y Boca no tuvo a Riquelme, su guía. Pero la diferencia que hay hoy entre los dos equipos excede esa coyuntura. Estudiantes respira fútbol, un juego de fluidez donde la pelota se mueve armónicamente sin tartamudear en los pies de nadie. Para Boca, más que un juego es un sufrimiento, un laberinto lleno de otras piernas más veloces que las propias por donde intenta deslizarse una pelota de arena que pesa una tonelada. En el equipo de Sabella-Verón, todo nace de una chispa, de un pequeño shock eléctrico. Una neurona contagia a la otra y se activan los mecanismos de defensa y de ataque. Los laterales hacen el trabajo de pistón. Los volantes arman un abanico que se abre o se cierra según la necesidad, que se mueve y asfixia o ventila. Los que tienen que pensar, piensan, los que tienen que jugar no se esconden y lo que tienen que ejecutar, ejecutan. Hay variantes: la pelota parada de Verón y Benítez, la velocidad de los que van por los costados, las triangulaciones de Pérez, Verón y el que pinte.
Boca no tiene plan. No se puede llamar plan a tirarle todo el tiempo pelotazos al 9. Que Palermo hace milagros, lo prueba el gol: ni situación de riesgo era antes de que la clavara junto a un palo. Pero no es, por características propias ni de sus acompañantes ocasionales, un delantero para jugar solo, de ésos que barren todo el frente de ataque. Ese raquitismo ofensivo condenó al equipo a jugar con Abbondanzieri como lanzador para que el Loco pivoteara. Poco para ser Boca, ¿no? Esto, más allá de que el propio Palermo haya tenido otra chance en un derechazo, y de que Insúa haya convertido en apenas pase una asistencia del Loco, por definir livianamente, como si no hubiera real conciencia del abismo al que se asoma Boca fecha tras fecha.
La matriz de todos los problemas, sin embargo, parece estar en la semana, allí donde Basile puede y debe tomar decisiones, aplicar premios y castigos, penar la reincidencia. Coco no hizo cirugía mayor después de su semana más terrible y Boca volvió a ser un híbrido, un equipo inconsistente, leve, entregado, casi sin respuestas anímicas. No basta cambiar la vestimenta, no hay polvos mágicos ni exorcistas. Aunque si insisten en llamar a una bruja, Verón está ocupado, paseando a su Estudiantes altivo por las canchas de América.
|
|
|